Miedos y COVID19

Parte 1

Hace unos días tuve una conversación con un buen amigo y, comentando la situación que se va a instaurar en el país a causa de la epidemia del coronavirus, me dijo muy seriamente que él, “en tres años no pensaba pisar un bar”…

Ayer, unos padres nos consultaban cómo resolver el problema que les planteaba su hija, de 14 años, quien les decía que no quería volver al instituto, que prefería seguir estudiando en casa recibiendo las clases y las tareas por internet.

Y, finalmente, uno de nuestros clientes, nos solicitaba asesoramiento para conseguir que su esposa e hijos dejaran de preocuparse ante la inminencia de volver al trabajo como camarero a un bar-restaurante cuyo dueño le había anticipado su apertura la semana próxima.

¿Qué tienen en común las tres “historias”?

Cualquier persona que las conozca diría que miedo.

Miedo a contagiarse con el coronavirus y enfermar, contagiar a familiares e incluso poner su vida en peligro ¿Miedo sin fundamento? ¿Hipocondría?

Veamos, sólo atendiendo a las cifras “oficiales”, en España el coronavirus ha infectado a más de 200.000 personas y causado la muerte a más de 26.000. En el mundo parece ser que los infectados son más de 3.600.000 y más de 260.000 muertes ¿Hipocondría? ¿Miedos sin fundamento?

Añadamos a estas cifras, sólo cifras, las constantes noticias sobre mutaciones del virus, dificultades para obtener una vacuna eficaz, las dudas sobre las curaciones definitivas, las informaciones incompletas o contradictorias sobre las medidas preventivas eficaces, y, sobre todo, el mensaje explícito e implícito del eslogan “QUÉDATE EN CASA”.

Nadie puede dudar de que, en lo que parecen estar todos de acuerdo en dos cosas:

  1. Si te quedas en casa no puedes contagiarte, no puedes enfermar, no puedes morir. O, dicho del modo contrario: si sales de casa puedes contagiarte, puedes enfermar y puedes morir. 
  1. Es imposible permanecer en casa eternamente. El país dejaría de funcionar y la muerte nos llegaría por inanición: no hay comida, no hay suministros de luz, gas y agua y la vida se acabaría.

Así que, aun siendo el miedo una emoción indeseable, es comprensible que se haya instaurado en cientos de miles de personas. Personas que reaccionarán a su miedo de maneras diferentes.

Analicemos el miedo en general y veamos las medidas más eficaces para enfrentarse a él.

En primer lugar, debemos considerar que “miedo” es un término que representa, ante todo, una reacción emocional que corresponde a un cambio en el sistema fisiológico, con sensaciones muy concretas y cambios muy detectables por nuestro sistema cognitivo.

El miedo es involuntario y, como todas las emociones, cumple con una función adaptativa: alertar al organismo de que se encuentra en riesgo. Riesgo de daño o perjuicio a su bienestar y, en el caso límite, riesgo para su supervivencia.

Ahora bien, a diferencia de los animales, en los seres humanos,  la reacción emocional no es el único componente del miedo. Como mencionaba antes, el sistema emocional “informa”, “alerta” al sistema cognitivo de un riesgo y éste se pone “en marcha” para resolver la situación de amenaza.

El sistema cognitivo (nuestra zona de conciencia) comienza dirigiendo su atención al elemento que ha provocado la reacción de miedo, la detecta, la analiza y la “valora”. Aquí empiezan las diferencias entre las personas: el sistema de valoración de sucesos es el mismo para todos en lo que se refiere a miedos innatos, a miedos a elementos específicamente peligrosos para cada especie. Sin embargo los miedos adquiridos  no tienen un valor concreto, sino que éste depende de la educación recibida, de los aprendizajes o las experiencias de los años pasados.

Una vez “valorado en intensidad”, el sistema cognitivo inicia otro proceso, algo más largo y con muchas más diferencias entre los individuos. Cada persona empieza generar “alternativas, opciones” para resolver el riesgo y, para cada alternativa u opción, anticipa posibles consecuencias.

Básicamente, a la hora de tomar una decisión, cada persona decide fundamentalmente entre dos opciones: hacer frente al miedo (no permitir que la emoción “le paralice”) o bien tomar una decisión de “retraimiento”.

En los tres casos antes descritos, mi amigo parece haber decidido, provisionalmente, una decisión de tipo “retraimiento”: si hay riesgo en un bar, pues me abstengo de ir a él.

La adolescente sigue el mismo procedimiento: si hay riesgo en el instituto, no quiero ir a él.

En el tercer caso, la situación es diferente, la persona parece haber decidido hacer frente al miedo y prepararse para acudir al trabajo y solicita ayuda psicológica, no para él, sino para sus familiares quienes, claramentem mantienen un miedo que les llevaría a intentar convencerle de que no acudiera al trabajo.

En resumen, el miedo constituye una situación personal que incluye:

  1. Una sensación fisiológica que se activa al anticipar un riesgo o peligro.
  2. Unos pensamientos de “valoración del riesgo” (bajo, medio, alto).
  3. Un proceso de pensamiento que genera opciones, anticipa consecuencias y termina con una decisión.

Todos los estudios de Psicología concluyen que en el apartado c) es donde se puede ayudar a las personas con miedos para que aprendan a generar múltiples opciones, diversas consecuencias posibles, reducir la intensidad del temor y tomar decisiones que consistan en “hacer frente al miedo”, si bien, tomando las precauciones necesarias en cada ocasión.

Ciertamente, existen muchas formas y métodos de ayuda a personas con miedos, algunas basadas en teorías y modelos filosóficos, otras de tipo autosugestión (hipnosis), pero las que se han mostrado más eficaces, por la rapidez y menor coste para las personas, son los métodos propuestos por la Psicología Conductual, desarrollados y consolidados a lo largo de los años.

Las figuras pioneras en este campo, Josep Wolpe  (1915-1997) e Isaac Marks (1935-), nos ofrecieron hace decenas de años estos métodos que combinan entrenamiento en habilidades a las personas y modificaciones en el entorno que genera el miedo o temor.

Así, no sólo nos centramos en las personas con miedo, digamos que “paralizante”, sino en los familiares próximos, que pueden beneficiarse ellos mismos y proporcionar apoyo a la persona excesivamente temerosa, sino también en el contexto de miedo: bares, institutos o empresas donde se lleva a cabo la actividad laboral.

Una “reorganización del ambiente” favorece notablemente la reducción de la respuesta de temor y favorece las decisiones de afrontamiento del miedo.

Un ejemplo sencillo lo constituyen las medidas que se “exigen” a los establecimientos: modificación de los espacios, inclusión de elementos de protección, etc.

Sin embargo, las medidas que proponen o exigen las autoridades sanitarias no pueden, en modo alguno, adaptarse a los numerosos casos que pueden darse en niños, adolescentes, jóvenes, adultos y personas mayores. Al margen y complementariamente a estas medidas generales, se hace necesario el diseño de un Plan Adaptado a la institución o a la empresa para reducir el miedo de escolares, que puede llevarlos a generar fobias escolares, o a los trabajadores que, frecuentemente, deriva en estados de ansiedad y estrés con el serio riesgo de llegar a incapacidad laboral por depresión.

Mayo, 7, 2020

Copyright E. Manuel García Pérez

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