Viene a cuento este breve artículo con relación a las experiencias que estamos teniendo con clientes de Consultoría psicológica en los dos últimos meses.
Menciono como antecedente mi “predicción”, formulada y publicada en el mes de abril del nefasto 2020, de la muy probable instauración de una situación de miedo generalizado en la población, desde menores hasta ancianos. Esta “situación de miedo” que se manifestaría con indicadores fisiológicos de ansiedad (con percepción de angustia e inseguridad) y, más tarde, con la aparición de los primeros trastornos funcionales asociados a estrés: dificultad para iniciar el sueño, despertar frecuente, pesadillas o sueños inquietantes, despertar temprano, dolores musculares y/o articulares, cefaleas, problemas de concentración y memorización, desajustes digestivos,…, estaría claramente asociada a la pandemia COVID19.
Es muy simplista, justo es reconocerlo, mencionar “la pandemia” puesto que la pandemia es un término que solamente se refiere al contagio del virus y el desarrollo de la enfermedad que ocasiona. Si asociamos el miedo a la pandemia, sin más, estaríamos asociando ésta, por ejemplo, al miedo a un perro rabioso que nos amenaza.
Y las cosas, no se pueden ver así.
El Impacto Emocional de la COVID19, puesto de manifiesto con diversos estudios, realizados con mayor o menor rigor, en diferentes países, indica un incremento significativo en la población de ideas de temor, inseguridad, rabia y pesimismo respecto al futuro, junto con indicadores fisiológicos de miedo-ansiedad, estrés y relativa depresión (más bien tristeza y decaimiento sin llegar a depresión).
Es fácil constatar que todas estas reacciones cognitivas, emocionales e instrumentales (uso obsesivo-compulsivo de geles desinfectantes, mascarillas, auto-confinamiento en casa, evitación de contacto físico,…) no pueden explicarse solamente por la existencia del virus.
Son más bien, todas las circunstancias socio-ambientales que han sobrevenido con ocasión de la pandemia las que, interactuando con las características psicológicas de cada miembro de la sociedad, permiten explicar la situación personal-contextual de cada quien.
Los medios de comunicación han venido difundiendo informaciones muy diversas, frecuentemente contradictorias, en tantas ocasiones falsas que han ocasionado un descrédito de todas ellas. Ahora ya nadie puede creer a los gobiernos, ni a la OMS, ni a los “expertos”. La sensación general es de desconcierto y de inseguridad, lo cual alcanza su máximo nivel con el tema de las vacunas.
De modo que sí, la COVID19 es responsable en grado elevado de la situación emocional de la población (y ¡cómo no, de la situación física!), pero la enfermedad solo es el botón de disparo del misil que, al estallar y expandirse, provoca o favorece múltiples y diferentes daños en las personas y, por medio de éstas, en las instituciones: gobierno, judicatura, parlamentos, ministerios, consejerías, ayuntamientos, empresas, colegios, institutos, universidades,…, y familias.
De modo que sí: mi predicción se ha cumplido. No hacía falta ser Nostradamus para semejante profecía, bastaba tener un mínimo de conocimientos profesionales y dedicarle un tiempo a los “noticiarios y tertulias” de la televisión.
Pero la predicción incluía un anexo: las demandas de servicios de consultoría psicológica aumentarán de manera notable. En los menores, el mayor impacto se manifestará con retrasos en los aprendizajes curriculares, reflejo del conjunto de circunstancias de cada caso. En los adultos, sencillamente, se multiplicarán y amplificarán los problemas habituales de la denominada “salud mental”…
Y así está sucediendo ahora (mayo-junio de 2021).
Los servicios públicos de “salud mental” no pueden atender las numerosas necesidades de la población, de manera similar al caso de las UCIs: la demanda supera con mucho las previsiones de recursos profesionales y materiales, disponibles en situaciones de “normalidad sanitaria”.
Los recursos privados adolecen del mismo problema: déficit de profesionales y recursos anexos para atender las demandas.
Así pues, en mi opinión, ha llegado la hora de la PSICOLOGÍA. Sí. Con mayúsculas.
Quizás el mayor sufrimiento de la población está constituyendo el último empujón para que, superando prejuicios y temores (yo no necesito ir al psicólogo porque no estoy loco/a…), las personas reaccionen favorablemente a las múltiples acciones que se han venido llevando a cabo por medios de comunicación, editoriales, entidades, sociedades médicas y profesionales en charlas, conferencias, seminarios, talleres, cursos breves,…, y decidan solicitar asistencia psicológica privada.
Este es el momento que centenares de profesionales de la Psicología, con un currículo lleno de posgrados, cursos, seminarios y otras actividades de formación, estaban esperando para poder desarrollar su profesión en régimen de Ejercicio Libre (profesionales autónomos como los Odontólogos o los Abogados, por poner un ejemplo bien conocido socialmente). La demanda de servicios de Consultoría Psicológica está creciendo y lo hará sin parar, al menos en los próximos dos años (2022-2023).
No obstante, se pueden prever algunos contratiempos que perjudicarán a esa misma PSICOLOGÍA. Todos ellos relacionados con la falta de competencia de los profesionales a quienes van acudiendo las personas con niveles de sufrimiento notable.
A saber:
Primero
La absurda y nefasta diversidad de planteamientos conceptuales y metodológicos, carentes de base científica y soporte empírico, pondrá de manifiesto a una buena parte de la población que la Psicología, más que una ciencia seria y desarrollada, es un conjunto de “sectas” que, a modo de religiones, ofrece modos muy diferentes de alcanzar el bienestar.
Segundo
La nefasta adhesión de los Psicólogos Clínicos, Sanitarios y Habilitados al modelo biomédico, con el manejo de “diagnósticos clínicos” (trastornos), “terapias, psicoterapias y tratamientos”, en lugar de defender el campo conceptual y metodológico propio: la conducta adaptativa o no-adaptativa, insertada en el modelo bio-psico-social.
Tercero
La “charlatanería” propia de los vendedores de “aceite de serpiente”, que con palabras grandilocuentes y frases con escaso sentido práctico, pero que embaucan a los incautos de siempre, consentida, protegida y en su caso, promovida, desde las Facultades de Psicología, tanto públicas como privadas, y por los diversos Colegios Oficiales de Psicólogos, deteriorarán la imagen pública y el prestigio de la profesión en un momento crucial para su consolidación.
Cuarto
El empleo de instrumentos de evaluación de escasa validez y fiabilidad, así como de métodos de evaluación basados en prejuicios (según mi experiencia…), perjudicará el proceso de ayuda a las personas, al establecer procesos de ayuda psicológica basados en hipótesis explicativas erróneas, lo que perjudicará el éxito de las intervenciones.
Considero estos cuatro apartados como una muestra suficiente para avalar mi predicción de que, en una ocasión tan favorable como la presente, no será posible la consolidación de un “valor social”, un “prestigio social”, generalizado de la Psicología. Es decir, que pese a unas circunstancias tan favorables, la PSICOLOGÍA PIERDE.
Por otra parte, aquellos psicólogos y psicólogas que durante los pasados años eligieron el camino del rigor científico, seleccionaron actividades de formación complementaria en base al modelo bio-psico-social, adoptaron los fundamentos y la metodología de la Psicología Conductual Avanzada (siglo XXI), descartando métodos e instrumentos de naturaleza dudosa o simples resultados de propaganda, se les ofrece un panorama, nunca antes disponible, para consolidar su quehacer profesional y asegurar su futuro como profesionales de eficacia y prestigio reconocido. Es decir, que ante estas circunstancias tan favorables, algunos PSICÓLOGOS GANAN.
Y, si no, al tiempo…