Este documento pretende recoger mis reflexiones sobre las dificultades que he venido encontrando desde que inicié la transmisión de los conocimientos adquiridos en las clases a las que asistí, en los libros y artículos que leí, en las Conferencias que escuché con la máxima atención, en mis consultas con clientes particulares, en los cursos que impartía a familias y docentes de todos los niveles educativos y, muy especialmente, en las conversaciones de asesoramiento y orientación a psicólogos de ambos sexos (todos pertenecientes al mismo género: el género humano).
Todas las actividades anteriormente descritas constituyen mi experiencia vital como “docente”, “profesor” o “enseñante”; como se prefiera denominar.
Y, de acuerdo a esta experiencia de más de 40 años (sí, cuarenta), desde 1983 hasta la actualidad (2024), habiendo conocido el cambio de siglo, puedo explicarme bastante bien la frase que se atribuye a Albert Einstein y conocí hace pocos años: (ver pdf)
Para concretar el ámbito de aplicación de estas reflexiones, me voy a centrar en la enseñanza de partes de la Psicología, más concretamente, en las bases o fundamentos conceptuales, ideológicos, de la Ciencia de la Conducta.
De manera efectiva, puedo asegurar que proporcionar unos conocimientos, que por su propia naturaleza son abstractos, ya que no son observables, ni medibles, a las personas que los solicitan de buena fe (no todos los participantes en mis actividades de formación han acudido con buena fe; muchos asistieron para criticar negativamente lo que les podía exponer) ha resultado siempre difícil y, en algunos casos imposible.